El Rompido


(Vídeo particular de Andrés Campoy)

Como importante entidad menor de población, Cartaya cuenta con El Rompido, aldea de pescadores y enclave turístico de gran belleza ubicado en la desembocadura del rio Piedras. Este núcleo de población tiene su propia historia que reseñamos a continuación.

Las tierras que hoy día reciben el nombre de El Rompido han estado habitadas desde época prehistórica, hecho que confirman los numerosos yacimientos arqueológicos descubiertos en las inmediaciones de la ría de El Piedras. En épocas más recientes, por allí pasaron fenicios, romanos y árabes, que aprovecharon los numerosos recursos naturales de la zona para el propio sustento así como para el comercio con otros asentamientos de la zona y con mercaderes llegados de más allá del mar.

Sin embargo, podemos establecer una fecha concreta como origen del actual emplazamiento de la villa: el 6 de abril de 1458. Fecha en que se publica la Carta Fundacional de San Miguel Arca de Buey, nombre que se le dio en principio a la villa de El Rompido. El motivo de la fundación es claro: tras las sucesivas luchas por la conquista de Al-Ándalus y después de expulsar a sus moradores musulmanes, las tierras quedaban despobladas, con lo que hubo de realizarse una serie de repoblaciones por toda la zona tomada por los cristianos. Es por ello que, en la fecha anteriormente citada, Don Álvaro de Zúñiga establece la creación del nuevo núcleo a orillas del Piedras, que estaría bajo la jurisdicción de Gibraleón. Se hizo venir a gente tanto de la vecina Portugal como del norte de la Península, de origen celta, hecho que podría explicar la actual predominancia del patrón genético de la aldea: cabellos y ojos claros principalmente. Otra explicación que se da para ello es el posible origen de estas gentes en los piratas llegados de lejanas tierras, aunque cuesta creer que todo un núcleo se viese afectado genéticamente por estas incursiones que, aunque numerosas, eran de carácter fugaz.

La aldea fue saqueada muchas veces, pues las continuas y productivas expediciones cargadas de riquezas que arribaban desde América a los puertos andaluces atrajeron a estas aguas una porción de piratas que fueron el terror de los marinos, y que atacaban no sólo las indefensas poblaciones sino también ciudades importantes como Cádiz o Gibraltar. Por este motivo, Felipe II mandó organizar la defensa de las costas con la construcción de fortificaciones y torres vigías.

Para la defensa del nuevo núcleo se construyó el castillo de San Miguel, que constaba de zona habitacional, atalaya para la vigilancia de la costa e iglesia, consagrada ésta al arcángel San Miguel. En torno al castillo fue surgiendo la aldea originaria y, al lado de esta, el cementerio. Para los años posteriores a 1.510 se poseen ya datos numéricos. Entre 1510 y 1637 la población decrece considerablemente, hecho motivado posiblemente por el continuo saqueo al que eran sometidos por parte de los mencionados piratas, atraídos éstos por la riqueza llegada de la recién descubierta América. Por este motivo, en 1577 Don Luís Bravo Laguna recomienda que se repare el castillo, fortaleciendo su defensa a través de un sistema de luminarias que lo comunicaban con otras torres de la costa así como con el castillo de los Zúñiga, en la vecina Cartaya. Pero parece que todo es en vano y en 1597 se hace necesaria una nueva Carta de Repoblación, que no impide que, ya en 1630, debido al imparable  acoso de los piratas, el lugar quedase aparentemente deshabitado, aunque nuevas teorías nos hablan de una posible treta empleada por los habitantes del lugar para engañar a los corsarios: es muy probable que abandonasen sus hogares de San Miguel, pero no así la desembocadura del Piedras, ya que construirían chozas ocultas entre los pinos, cerca de la orilla, evitando encender hogueras durante la noche para evitar ser descubiertos por los asaltantes, viviendo de la pesca y el marisqueo principalmente; y fue así como desapareció San Miguel Arca de Buey y fue surgiendo El Rompido, de manera oculta tanto para los piratas como para las autoridades.

El nombre escogido parece que se debió a que, en la época de la que hablamos, la flecha litoral llegaba a unirse a la costa periódicamente por efecto de las mareas, y esto hacía que la fuerza del agua, tanto del río como del mar, acabase rompiendo la lengua de tierra por un lugar cercano a donde se sitúa la villa. Y que a nadie lleve a error este topónimo; el nombre de El Rompido no es una vulgarización de El Roto. En portugués, el participio de romper es rompido, y como ya hemos dicho, parte de las gentes que vinieron a repoblar el lugar provenía de Portugal, con lo que puede considerarse que el topónimo de El Rompido proviene de esta gente o es una influencia lingüística del cercano país.

El 1 de enero de 1651, a través de un poder otorgado por el Duque de Béjar, El Rompido deja de pertenecer a Gibraleón para pasar a manos de Cartaya. A pesar de ello, las gentes de la villa mantenían un contacto más estrecho con otras poblaciones costeras tales como La Higuerita, actual Isla Cristina, debido a la comunicación por mar y al mutuo comercio de pescado y marisco. Una vez superados los problemas que creaban las anteriores incursiones piratas, la vida se desarrolló de forma mucho más tranquila y segura. Siempre ligada al mar, la aldea fue prosperando apaciblemente, hasta que el 1 de noviembre de 1755 se produce uno de los episodios más trágicos de su historia: en las inmediaciones del Cabo de San Vicente tiene lugar un gran terremoto, de unos ocho grados y medio de magnitud y una duración de casi diez minutos. Tal es su fuerza que destruye la ciudad de Lisboa y crea un tsunami que arrasa las costas de la bahía de Cádiz. En la zona onubense, el agua llega hasta las inmediaciones de La Palma del Condado, así que podemos imaginar las terribles consecuencias que esto tuvo para con El Rompido; a pesar de que la flecha litoral, que llegaba por aquel entonces hasta La Barranca,  sirvió para frenar la embestida de las aguas, no fue suficiente y se abrió un canal por el que entró el mar, arrasando todo a su paso: embarcaciones, casas y personas. Aunque la gran ola no pudo sobrepasar el cabezo donde se situaba el castillo de San Miguel, el temblor de tierra fue lo bastante fuerte como para destruir por completo tanto su iglesia como el campanario, que quedaron reducidos a escombros. El núcleo urbano que existe actualmente,  comenzó a habitarse a fines del s. XIX. Poco a poco se fue formando una aldea de pescadores, que en la actualidad, 2.017, cuenta con 1832 habitantes.

Ya en 1858, se aprueba por Real Orden la construcción de un faro de tercer orden a la altura de La Barranca, para balizar la desembocadura del río. El proyecto, de estilo industrial y con un presupuesto de 192.329 reales, fue realizado por el ingeniero Ángel Mayo y en la construcción, tanto de la torre como de la casa del farero, se emplearon precisamente las piedras de la derruida iglesia, por lo que sus muros alcanzan el metro de espesor. La altura de la torre es de 13 metros sobre el terreno y de 24,60 metros sobre el nivel del mar y su luz tenía un alcance en tiempo medio de 16 millas. Fue inaugurado el 1 de abril de 1861, siendo el decano de los faros de la costa onubense, y estuvo en funcionamiento hasta junio de 1976, cuando el nuevo faro tomó su relevo. A pesar de ello, la casa del farero continuó estando en el faro antiguo hasta 1996, fecha en la que el nuevo se automatiza totalmente, no siendo necesaria la presencia de un farero que se ocupase de su funcionamiento. Hoy en día el antiguo faro está considerado como bien de interés público, y la casa del farero se ha reconvertido para albergar la biblioteca de El Rompido. Inexplicablemente, su linterna se conserva en un museo del mar en Barcelona.

Entrado ya el siglo XX se inicia un nuevo capítulo en la historia de El Rompido: en 1929 el Consorcio Almadrabero compra terrenos en Nueva Umbría para instalar una nueva almadraba. Las construcciones se repartían fundamentalmente en tres áreas. Por un lado estaba la Casa del Capitán, a la orilla del Piedras. Estaba dividida en dos viviendas, una para el Capitán y su familia y otra para el administrador de tierra. Poseía una torre que servía para vigilar el lugar donde se calaba la almadraba, desde la que se enviaban señales por medio de banderas para comunicar el número de capturas. A levante de la Casa del Capitán estaba la zona de trabajo y almacenaje: en un pequeño cuarto junto al embarcadero se guardaban los bidones de gasoil y entre este cuarto y la casa se alineaban las anclas. A su espalda estaban las instalaciones para preparar el alquitrán con que se protegían los cables y las anclas durante el invierno, así como los almacenes de las redes, la tonelería y la carpintería. La última zona del Real Nuevo estaba destinada a las viviendas de los trabajadores y a servicios como barbería, tienda, botiquín o escuela. A poniente de la Casa del Capitán se situaba el Real Viejo, construcciones reaprovechadas de almadrabas caladas con anterioridad, en las que se encontraba un almacén para reparar embarcaciones, viviendas para unos cuarenta o cincuenta trabajadores así como para carabineros o, más tarde, la guardia civil. Era en esta zona donde pasaban el invierno los barcos. Por último, a medio camino entre el Real Viejo y el Nuevo estaba la cantina.

Los trabajadores y sus familias, procedentes de El Rompido, Lepe e Isla Cristina principalmente, permanecían en la almadraba de marzo a septiembre, constituyendo un pueblo ambulante de unos novecientos habitantes, más de los que tenía El Rompido en aquel tiempo. El resto del año las instalaciones quedaban desiertas salvo por la presencia del guarda, Don Manuel Camacho Oria “el corchero” y su familia. Las condiciones de trabajo eran muy duras, hecho que contrastaba con la opulencia con que se vivía en las oficinas del Consorcio en Madrid.

Desde entonces, sus ruinas nos recuerdan que ninguna actividad humana, por floreciente que parezca, dura eternamente.

 La llegada del desarrollo de los 60 vino a perturbar la tranquilidad de la aldea al iniciarse la ocupación del territorio para usos turísticos. Al grupo de casas de pescadores se fueron añadiendo otros núcleos separados, como Urberosa o La Galera además de sufrir un crecimiento considerable de urbanizaciones y hoteles, ya en los 90,  debido a la demanda turística.

 


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